Bruscamente se cerró la puerta del armario, o más bien alguien, violentamente la había cerrado . Adentro, Anita sollozaba, estaba desconsolada por lo sucedido, no sabía cómo había llegado a ese oscuro rincón ni tampoco qué había hecho para merecer tal crueldad, pero pronto se dio cuenta que no estaba sola, y el hecho de sentir una presencia junto a ella le daba un poco de tranquilidad. Dirigió su mirada a un costado, e inmediatamente su acompañante se presentó. Emil —que así se llamaba su nuevo amigo— frecuentaba demasiado (y no porque quisiera) aquel armario, no tenía ningún inconveniente en estar con alguien más, y le resultaba muy agradable. Charlaron cuantioso tiempo, parecía que ambos se conocían de hace años, por un momento se habían olvidado de estar encerrados y esta situación no los incomodaba. Afuera, seguía la fiesta de cumpleaños de Anita, al parecer no era indispensable aun en su propio festejo, y en el momento en el que se ponía pensar en ello escuchó la voz aguda de su madre : <<¡niña, dónde te has metido, baja ya a partir el pastel!>>. No hubiera querido otra cosa más que salir corriendo de ese escondrijo, a pesar de ello de un momento a otro sintió que no le hacía falta. La compañía de Emil la llenaba y la hacía feliz. Sin embargo, él —que también había escuchado que la llamaban— le dijo: <<Tu madre puede preocuparse si no sales ahora>>, pero Anita agachada y un poco triste, le respondió que eso no era posible, porque nadie afuera haría caso de sus suplicas por querer salir. Entonces escuchó el chasquido de las charnelas y vio como lentamente se abrían las puertas del armario. Cuando levantó la mirada para ver a Emil, él ya no estaba, había desaparecido. Anita, que se quedó atónita y con las ganas de darle las gracias, tuvo que salir y continuar su fiesta.
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