Cuentos efímeros -y no tanto- para días en que no pasa nada

martes, 8 de junio de 2010

El Cumpleaños

Era el cumpleaños de Benito. Le faltaban aproximadamente veinticuatro pasos para llegar a casa, y cuando los hubo completado, se detuvo frente a la entrada mientras sacaba el llavero del bolsillo derecho de su chamarra. Entonces introdujo la llave en la cerradura, giró suavemente la muñeca, abrió lentamente la puerta para evitar el molesto rechinido de las bisagras y en dos pasos entró a la casa. Encendió la luz y ¡Sorpresa! Otra vez nadie había venido a su cumpleaños.

sábado, 5 de junio de 2010

Atrapados

Bruscamente se cerró la puerta del armario, o más bien alguien, violentamente la había cerrado . Adentro, Anita sollozaba, estaba desconsolada por lo sucedido, no sabía cómo había llegado a ese oscuro rincón ni tampoco qué había hecho para merecer tal crueldad, pero pronto se dio cuenta que no estaba sola, y el hecho de sentir una presencia junto a ella le daba un poco de tranquilidad. Dirigió su mirada a un costado, e inmediatamente su acompañante se presentó. Emil —que así se llamaba su nuevo amigo— frecuentaba demasiado (y no porque quisiera) aquel armario, no tenía ningún inconveniente en estar con alguien más, y le resultaba muy agradable. Charlaron cuantioso tiempo, parecía que ambos se conocían de hace años, por un momento se habían olvidado de estar encerrados y esta situación no los incomodaba. Afuera, seguía la fiesta de cumpleaños de Anita, al parecer no era indispensable aun en su propio festejo, y en el momento en el que se ponía pensar en ello escuchó la voz aguda de su madre : <<¡niña, dónde te has metido, baja ya a partir el pastel!>>. No hubiera querido otra cosa más que salir corriendo de ese escondrijo, a pesar de ello de un momento a otro sintió que no le hacía falta. La compañía de Emil la llenaba y la hacía feliz. Sin embargo, él —que también había escuchado que la llamaban— le dijo: <<Tu madre puede preocuparse si no sales ahora>>, pero Anita agachada y un poco triste, le respondió que eso no era posible, porque nadie afuera haría caso de sus suplicas por querer salir. Entonces escuchó el chasquido de las charnelas y vio como lentamente se abrían las puertas del armario. Cuando levantó la mirada para ver a Emil, él ya no estaba, había desaparecido. Anita, que se quedó atónita y con las ganas de darle las gracias, tuvo que salir y continuar su fiesta.